La madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936 sudaba sangre. El rocío de la mañana que se asentaba sobre la fuente de Aynadamar se envolvió en un halo de misterio. Varios disparos rompieron el silencio de la noche. Uno por cada hombre derrotado. Una bala por cada soldado. Mejor dicho, un casquillo para tres hombres y dos para otro. En compañía de un maestro cojo, Dióscoro, y dos banderilleros de la CNT, Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, le llegó la muerte a Federico García Lorca. Lo hizo por orden de Queipo de Llano por teléfono, con la expresión tan castiza de las tierras del sur peninsular de aquella época: «Dale café, mucho café».
Lorca dejó el mundo, su ciudad de los gitanos, por ser poeta. Por cantarle ‘jondo’ a lo que nadie se atrevía. Por sobrevivir a los versos de sus sentimientos. Por intentar cambiar un mundo, que por aquel entonces estaba ya muy roto. Demasiado para un libre pensador que recitaba prosa a los pies de la media luna andaluza. Algunos lloraron su muerte, para otros el mundo perdió un trozo de su alma, pero también los hubo que pasarán a la historia por alegrarse: “Le he pegado dos tiros en el culo a Lorca por maricón”. Y tras esto se tomó dos ‘chatos’ de vino en la taberna más cercana a Víznar. Eso al menos cuenta la leyenda negra alrededor de la muerte del granadino de un tal Trescastro, quien supuestamente fue el autor material de los perdigones que acabaron con el primero de la Generación del 27.
Pero no fue el único. Porque otro andaluz, poeta universal y forjado entre maderas de guitarra y latigazos de la morería, Antonio Machado, también vio como su tierra lo dejaba marchar. Él tuvo más suerte. Si se puede llamar así. Pudo seguir contribuyendo, en el exilio, a eso que más adelante se denominó como ‘La Edad de Plata de la cultura española’, que aglutinaba a su propia generación de intelectuales, la del 98, la citada del 27 y aquella del 14, con Ortega y Gasset diciendo las verdades del barquero que nadie se atrevía.
En Collioure está enterrado, entre banderas republicanas, el sevillano. Aquel que echó la vista atrás y vio la senda que nunca iba a volver a pisar. Antonio, quien tuvo que recorrer, bajo protección en cada pueblo, sus campos de Castilla. La vieja Castilla que veía morir en sus brazos a sus propios hijos. Mientras, en su tierra, que una vez fue esplendorosa con la antigua Tartessos y donde partían los barcos a nuevos mundos, se mataban los hermanos entre sí. Esas lágrimas que derramaba Machado sobre cada verso que componía se juntaron con las de todo un pueblo cuando acaeció el asesinato de Lorca.
Las guitarras gitanas dejaron de sonar un tiempo. Ni el azahar ni la nieve, ni la vida ni la muerte, ni el sol ni el agua, nada parecía pertenecer ya a Andalucía. El tiempo, dicen, cura las heridas. Y las que no sanan, se aprende a vivir con ellas. Pero hay algunas peores que aquellas que son de muerte. Porque aparecen cada cierto tiempo para daño de unos y vergüenza de otros.
Y fue por una de esas heridas, de las que nunca sanan, por las que se volvió al debate. Por la que se dijo en boca de muchos, que ni siquiera saben lo que dicen, esa palabra llamada ‘patromonio’. Decían muchas corbatas y trajes con carne dentro, que no se debía remover el pasado. “¿Para qué?”, se preguntaban. Afirmaban que lo hecho, hecho estaba. Vamos, un nuevo eufemismo, para no atraer el famoso: “Todo atado y bien atado”.
La Junta de Andalucía decidió gastarse 60.000 euros de los contribuyentes andaluces en encontrar la tumba de Lorca. La familia siempre se ha opuesto, al menos la parte principal de la misma. Pero allá que iban los interesados en sacar petróleo en mitad de un desierto sin oasis. Mientras, otros, buscaban las cuevas donde meterse porque el pasado volvía al presente y algunos no tenían el traje azul planchado con el yugo bordado bajo su piel.
Pero también aquello fue aprovechado por algunos pseudointelectuales para reclamar cosas imposibles a día de hoy. Decían que Lorca era patrimonio de todos los andaluces y de ahí que se buscara. Hasta ahí pudiera ser factible. Pero también reclamaron la vuelta del cuerpo de Machado, allá en tierras galas, hasta su casa de Sevilla. Quizá, quieran que esté enterrado bajo el olmo seco de su patio de vecinos.
Otros muchos, al menos con más de dos neuronas que los anteriores, se preguntaron a quién realmente pertenecían tanto uno como otros y, por qué no, también el resto de poetas, ensayistas, escritores, pensadores y demás que están repartidos por este mundo.
Por supuesto, a la segunda opción se negaron los franceses. Bastante han hecho ya con dejar pasar los camiones de frutas sin volcarlos, para que ahora se lleven lo poco bueno que hay por allá. Que ya lo dijo Pérez Reverte: “Lo malo de Francia es que está lleno de franceses”.
Pero, volviendo a la cuestión, ¿de quién es patrimonio Lorca, Machado, Alberti, Alexandre, etc? ¿De Andalucía, esa misma que lo dejaron en el olvido durante décadas? ¿De la humanidad, de esas naciones que les dieron la espalda hace más de medio siglo? No, Lorca y Machado, sus cuerpos yacentes, pertenecen a sus familias. Lo más seguro, es que el granadino ya fuera sacado de su fosa común y devuelto a otro lugar por sus propios familiares. Machado se alejó con un poco de fe y otro de tristeza hasta donde pudo. Allí descansa en paz. Aunque algunos no quieran. Cada uno donde sus familias desean y seguramente ellos también.
El auténtico patrimonio de García Lorca y Machado son sus poemas, sus cantos a la libertad, a la tolerancia, a un pueblo olvidado por sus vecinos. Los versos que fueron convertidos en malditos por unos y en inmortales por otros. Sus ensayos y gritos de esperanzas entre un mundo desquiciado por la sangre y el odio.
Ellos fueron la rosa de las espinas sin nombre, la palabra frente a la guerra, el sueño ante la frustración. Ofrecieron al mundo la verdad por encima de la mentira, la imaginación mejor que la pesadumbre. Sus almas, hechas de versos y de prosas, dieron la paz a los hombres en tiempos de guerra.
Ya lo dijo Rafael Alberti: “Cuando muera llevadme al mar, junto a mi Bahía, donde pueda pertenecer a mi auténtico legado: el mar”. El patrimonio de cada poeta está donde más cerca de su corazón esté. Y Lorca y Machado están, para siempre, en el lucero mayor de los corazones de todo hombre libre.
Autor: Luis Alberto Fernández Gago. 28/4/2010
Fuentes visuales (por orden de aparición):
- Tumba de Antonio Machado en Collioure (Francia): Universidad Complutense de Madrid.
- Primer plano de Federico García Lorca: www.patronatogarcialorca.org
- Manuscrito de 'Canciones populares' de Federico García Lorca: www.patronatogarcialorca.org
- Búsqueda de la tumba de Federico García Lorca: Junta de Andalucía.
- Monumento a Antonio Machado en Valladolid: Ayuntamiento de Valladolid.
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