jueves, 13 de mayo de 2010

¿MEMORIA HISTÓRICA O PATRIMONIO HISTÓRICO?

Un mensaje grabado en piedra sobre la fachada del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ubicado en la calle Serrano de Madrid enaltece al ideólogo y promotor de tamaño templo de conocimiento y sabiduría. El escrito en cuestión, en latín, ensalza el alzamiento de un edificio "levantado y renovado por el victorioso Francisco Franco". ¿Memoria histórica o patrimonio histórico? Si el mensaje pretende exaltar los méritos "victoriosos" del dictador, ¿debería ser retirado? Si se ha conservado como un complemento más de un edificio que resulta útil herencia del pasado, ¿debería permanecer?

Desde que se aprobara la Ley de Memoria Histórica el 31 de octubre de 2007, son muchos casos similares a este los que nos hemos encontrado por todo lo largo y ancho de la geografía del país. Evidentemente, desde aquí no quiero pronunciarme sobre las ayudas existentes, más que merecidas, a las víctimas del franquismo y a sus familias (pensiones, compensaciones financieras) ni a la tarea de localización, identificación y exhumación de las víctimas enterradas en fosas comunes.

Y no lo haré por tres motivos fundamentales; por mi total conformidad con estas, por no “abrir viejas heridas “como señalaron El Partido Popular y diversos medios de comunicación de carácter conservador hacia estas iniciativas, y porque una servidora se licenció en Historia del Arte, no en Sociología ni en Ciencias Políticas; es decir, que no es de mi atañedera opinar sobre esta o aquella nueva Ley, aprobada o no, por el gobierno español.

A lo que voy, y si considero de mi competencia, es a la problemática de si se deben o no eliminar los símbolos del Franquismo. Y lo que me gustaría resaltar ante todo es que aquellas opiniones más empeñadas en realizar una Damnatio Memoriae vienen de personas que, o bien cuando nacieron ya llevaba el Generalísimo bastantes añitos reposando en el Valle de los Caídos, o bien, por su posición social, dudo yo mucho que les afectara el Régimen en su juventud.

Señores; no nos pasemos de “progres” y comencemos a ser un poco más objetivos, que esta etapa negra de nuestra historia no se va a borrar de un plumazo por muchas inscripciones que borremos, que todas las personas que fallecieron no van a volver (desgraciadamente) por muchas estatuas que tiremos, y que todas las injusticias cometidas entre el 36 y el 77 no van a desaparecer al igual que los símbolos falangistas que adornan los portales de muchos edificios y lugares públicos. Y es que, digo yo, que ya puestos destruyamos grabaciones, soporte fotográfico y documentos de la época, quememos los libros de historia donde aparezca Franco… olvidemos nuestra historia y dejemos que dentro de varias décadas se vuelva a repetir.

Lo lógico es respetar el patrimonio histórico, porque es un testimonio que si lo cercenamos, perdemos nuestra propia identidad. No puedes arrebatar la memoria de los otros, ni el aprendizaje de la historia completa a los jóvenes, no puedes suprimir la figura de un ideólogo o un dictador por nefasto que sea su recuerdo. Y cuando una estatua de Franco se quita, está bien, pero no hay que destruirla, dado que es un personaje bastante importante en nuestra historia, aunque nos pese.

Ya que reivindicamos mediante esta ley el derecho a saber, el derecho a la verdad, este no consiste solo en el derecho individual que toda víctima o sus familiares tienen a saber lo que ocurrió; el derecho a saber es también un derecho colectivo que hunde sus raíces en la historia, la del país y la de todos aquellos que en él habitamos. En efecto, el conocimiento por un pueblo de la historia de su opresión, forma parte de su patrimonio y debe por ello conservarse. Como contrapartida, al Estado le incumbe el “deber de recordar”, a fin de protegerse contra esas tergiversaciones de la historia que llevan por nombre revisionismo histórico y negacionismo.

Llegados a este punto, no solo traeré a colación la figura de Franco; son muchos más nombres los que nos empeñamos en borrar, siendo sustituidos por otros, de similar relevancia histórica, pero más gratos para nuestra “memoria”; por poner un caso, mi niñez se desarrolló en una avenida de mi pueblo anteriormente conocida como “la de Carrero Blanco”; es este nombre el que recuerdo que escribía, o señalaba de corrido, cuando de pequeña me preguntaban mi dirección, y no solo yo, sino todos aquellos conocedores de esta vía construida allá por los años setenta; pues bien, ha sido sustituido por “Avenida de Blas Infante”, que guárdeme yo de decir que no estoy orgullosa de que lleve el nombre del Padre de Andalucía, pero no es así como la recordamos; y esto, según mi criterio, es faltar al patrimonio etnológico y etnográfico de una comunidad. De todas formas, me da la sensación de que estos cambios sólo servirán para que los ayuntamientos gasten dinero en azulejillos con los nuevos nombres, porque dudo mucho que los que allí habitamos dejemos de evocar la avenida con el primer nombre que se le dio.

Y ya que estamos en mi pueblo, otro caso semejante; la destronada escultura ecuestre de Miguel Primo de Rivera de una de las plazas principales del pueblo; que sí, que conmemora la figura de otro de los dictadores españoles, pero que casualmente fue realizada por el artista Mariano Benlliure, uno de los más famosos escultores españoles del siglo XX. Creo que nada mas hay que decir al respecto…

Esta es mi opinión que quizá usted, querido lector, pueda considerar que la emito con trasfondo ideológico o político, pero nada más alejado de la realidad; mi única intención es plasmar aquí unas circunstancias con toda la objetividad e imparcialidad que me fue inducida en mis años de carrera como historiadora del arte. Pero antes de despedirme, y volviendo a la noticia que escogí como referencia, hacer una última reflexión; El escrito en cuestión, sobre la fachada del Centro Superior de Investigaciones Científicas se encuentra en latín; señores del gobierno, preocúpense más por el futuro y no tanto por el pasado, que con el altísimo índice de fracaso escolar con el que contamos en este país, pongo muy en duda que nadie sepa ya latín y pueda descifrar el contenido del grabado.

Elisabeth Acosa Moreno.

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